sábado, 6 de abril de 2013

FILOSOFÍA GRÁFICA


(Pintura: Amore e Psiche)



Ciertas imágenes resultan consoladoras, o al menos son capaces de producir un efecto sedante en la retina y por lo tanto en el espíritu de quien las contempla. A veces, la deliberada simplicidad de una forma, la revelación estética de una figura, tejen la urdimbre de una cohesión interna magnífica, estableciendo una relación directa entre el pensamiento y ese plano lúcido, desde el que somos capaces de percibir sensaciones que en cualquier otro contexto viajarían disociadas y perdidas por el universo artístico.

Son verdades abstractas, como nuestro propio Yo interno, pero absolutamente nuestras, cuando en la conciencia se dispara la señal de salida hacia una carrera de obstáculos, donde deberemos ser capaces de discernir lo lógico de lo irreal, y precisamente en esa secuencia imaginaria o ficticia, recrearnos en lo que nuestros sentidos pueden descubrir más allá de la morfología de una línea o un contorno.

Los colores, las extensiones, los diseños, adoptan una estructura peculiar, casi matemática en el interior de la mente, adquiriendo una apariencia significativa, enlazando el Yo con la imagen, y la imagen con el Yo, indagando indiscretamente en el por qué de las emociones. Son los condimentos subjetivos con los que la conciencia sazona la constitución material de todo lo que nos rodea, en un ansiado desplazamiento hacia ese lugar en el que todo de pronto toma un cariz sutil y penetrante, es como un paso “al otro lado de la luz”. Seremos capaces de consumir todo lo que no es rigurosamente lógico, nos dejaremos resbalar sobre texturas sencillas, huérfanos de ideas, libres totalmente los sentidos, alejados de cualquier ley mecánica, involucrándonos en lo que los ojos ven y miran, con una naturalidad tan simple que podría parecer imprudente, pero a la que es imposible eludir.

En un mundo tan desencantado como el nuestro, tan alejado de la lírica que se puede ocultar detrás de la materia, casi es una obligación enfrentarse a la búsqueda de la entidad artística que se esconde tras la lógica, es el lujo cultural que nos podemos permitir, algo que todavía está al alcance de cualquiera, y que nos sitúa en un punto predominante frente al método. Es la sustancia que recibimos, que construimos e interpretamos, ese objeto estético que es capaz de exiliarse fuera de sus propios límites para sorprendernos y transferirnos cualquier realidad diferente que seamos capaces de crear. En ese momento es cuando estaremos preparados para desvestirnos de todo lo prosaico, dejándonos arrastrar por el lazo que surge de la sensibilidad y que une de forma natural nuestro ser con el arte.

Amparo.

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