Desde la pared de piedra, en
apenas un instante, una mirada que no es verdad ni es fantasma rescata de mi
conciencia ese afán que todos de alguna forma experimentamos de saber, de
conocer, de curiosear entre los hilos de las conjeturas sin ninguna finalidad
aparente. Tan sólo es la fugaz percepción ,
una corriente melancólica que me impulsa a imaginar qué frágil dureza se
esconde en ese diminuto trozo de papel. Contemplo el muro con el gesto de una
niña asombrada, casi impactada como si hubiera realizado un gran
descubrimiento, cuando en realidad la sombra
de la suposición es
enorme, y sin embargo, algo me emociona, es una sensación de búsqueda y olvido,
de voces y secretos escondidos tras esos ojos blancos y antiguos que observan la
nada. Es la solitaria memoria
de una existencia invisible, totalmente ignorada por mí y que me formula un mar
de preguntas: ¿Quién? ¿por qué? ¿cuándo?
Me marcho con la imagen huérfana de presencia,
sin nombre ni historia, imaginando que tal vez en algún lugar, haya alguien a
quien le sobren los motivos para recordar.
Amparo.
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