Uno de los deportes favoritos de
esta sociedad es el de “aparentar”, la hipocresía y las falsas apariencias se
instalan en la vida cotidiana de miles de personas, en una simulada realidad
que seguramente les resulta más atractiva, importando bien poco las
consecuencias que esta actitud antes o después va a desencadenar. En realidad
lo que luego les suceda a este tipo de gente no me interesa en absoluto, pues
cada cual es libre de hacer de su capa un sayo, y si para ellos este juego les
reporta algún tipo de “felicidad” no seré yo quien les quite la ilusión, más
eso no quita para que me moleste y mucho comprobar como una gran parte de la
sociedad sustenta su día a día en la raíz de una mentira.
Últimamente he venido fijándome
en lo que se me ha ocurrido llamar “la mujer efervescente”, y si me he detenido
en la mujer no es porque no haya hombres “espumosos” (que los hay y muchos),
sino porque mi condición femenina me identifica con las de mi sexo, y advertir
ciertos comportamientos en ellas me produce más repelús que comer un limón a
bocados.
Primero aclaro que cuando escribo
“efervescente” no me refiero a una personalidad ardorosa o apasionada, más bien
creo que justamente estas personas utilizan su esnobismo para compensar la
carencia de pasión que tienen en sus vidas. Se me ocurrió este adjetivo porque
me recuerdan a una especie de eclosión de burbujas de cava, muy atractivas, muy
doradas, muy impacientes, siempre dispuestas a ser el centro de atención con su
bandera de los “muys” como estandarte. Su lema es el de impresionar, parecer
perfectas en todo momento, la mejor esposa, la mejor madre, la mejor
profesional, la mejor anfitriona, la más delgada, la más alta, la mas rubia… Se
desenvuelven como pez en el agua cuando tienen gente alrededor, haciendo alarde
de una sofisticación exagerada, encantadas de la vida “recibiendo” en sus casas
a invitados seguramente tan “relucientes” como ellas, a los que sirven una
comida muy elegante que por supuesto no han preparado sus delicadas manos, o
doradas bolitas de “Ferrero Rocher”, eso sí, con tantos brillos encima que
parecieran un árbol de Navidad caminando. En fin, la excusa perfecta para hacer
o conseguir cosas con las que asombrar a personas que seguramente detestan,
pero… es que es tan bonito recibir halagos de los demás…
Algunas personas realmente se
convierten en perfectos artistas de la hipocresía, viviendo en esa bola de
nieve cada vez más enorme del creerse que “el tanto aparento, tango valgo” es
el undécimo mandamiento a seguir, renegando de la autenticidad, y sintiéndose
importantes en su mundo de poses y rituales, un esnobismo mundano donde el
querer prevalece sobre el ser.
Lo más irónico del asunto es que
ciertamente la mayoría de esos profesionales del “posado” tienen dinero, están
bien situados económicamente, y no son precisamente las facturas lo que les
quita el sueño, y tal vez por eso mismo me parecen mucho más patéticos que los
que simplemente juegan al ser y no poder.
Alguien dijo una vez que es
indispensable que el arte en general, y en este caso la escritura sirva para
algo, para que haya actividades que no valen para nada, pero que es necesario
que las haya… Y al igual que también se afirma que el universo es inacabado e
imperfecto por culpa del sueño de Dios, las dos cosas las aplico a lo que he
escrito.
Tengo sueño y me encanta
escribir, son mis pensamientos, aunque sean desacertados.
Amparo.
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