jueves, 3 de enero de 2013

LA SEMILLA DEL AMOR



Sin duda que el amor es un tema inagotable para escritores y poetas, y quizá al escribir sobre el desamor es donde las letras alcanzan su mayor expresión de intimidad, de desahogo, es el filtro a través del cual se destilan todas las lágrimas que gota a gota vierte el enamorado en forma de palabras para, en un singular rito, limpiar todo el cansancio de su agotado corazón.
De maneras y estilos a veces maliciosos para con uno mismo, la poesía abre las puertas, a veces a gritos, a veces en susurros, a una especie de terapia cognitiva que medita sobre los inquietantes pensamientos que asaltan el espíritu que sufre por amor, esa ingratitud y desafecto universal que puede atormentar a cualquier persona en cualquier momento de su vida. Y es precisamente a través de un poema, cuando la mente y el alma se permiten jugar con ventaja, la revancha más sutil contra los recuerdos y la tristeza.
Lo que muchos de nosotros ignoramos cuando escribimos sobre el desamor, es que estamos siguiendo la estela literaria de un poema muy antiguo, escrito en la primera década de nuestra era, el “Remedia Amoris” y cuyo autor fue el poeta romano Ovidio. Un poema que ofrece el testimonio que desde siempre el hombre y la mujer han sufrido las secuelas que el amor no correspondido ha transformado en tragedia, convirtiendo en víctimas pacientes y resignadas desde un rey hasta un vagabundo, sufriendo en carne propia todas las desdichas imaginables que cruelmente se encarnizan en el mal de amores, haciendo aparecer los fantasmas desnudos que se materializan desde un palpitante y aciago recuerdo, con la conciencia abandonada hacia lo que jamás regresará.
¿Quién puede sentirse a salvo de no experimentar alguna vez un corazón fragmentado, a merced de una voluntad traumática que se doblega a una ausencia? Los recuerdos y la melancolía ejercen un extraño poder, el enigmático e hipnótico logro que sólo un experto criminal puede ejecutar con mirada fría y calculadora, el de amputar cada minuto de cada hora, convirtiendo el más leve desengaño en la más cruel de las realidades, dejando el espíritu esclavo y ridículo, sometido a la sinrazón de la soledad más inquietante.
Más mientras exista un poeta, la huella de Ovidio continuará su gemido sincero y solemne, derramando un llanto interminable sobre los campos ásperos y tristes que cada día se siembran con la más arriesgada y casual de las semillas, la del amor.

Amparo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario