Sin duda que el amor es un tema
inagotable para escritores y poetas, y quizá al escribir sobre el desamor es
donde las letras alcanzan su mayor expresión de intimidad, de desahogo, es el
filtro a través del cual se destilan todas las lágrimas que gota a gota vierte
el enamorado en forma de palabras para, en un singular rito, limpiar todo el
cansancio de su agotado corazón.
De maneras y estilos a veces
maliciosos para con uno mismo, la poesía abre las puertas, a veces a gritos, a
veces en susurros, a una especie de terapia cognitiva que medita sobre los
inquietantes pensamientos que asaltan el espíritu que sufre por amor, esa
ingratitud y desafecto universal que puede atormentar a cualquier persona en
cualquier momento de su vida. Y es precisamente a través de un poema, cuando la
mente y el alma se permiten jugar con ventaja, la revancha más sutil contra los
recuerdos y la tristeza.
Lo que muchos de nosotros
ignoramos cuando escribimos sobre el desamor, es que estamos siguiendo la
estela literaria de un poema muy antiguo, escrito en la primera década de
nuestra era, el “Remedia Amoris” y cuyo autor fue el poeta romano Ovidio. Un
poema que ofrece el testimonio que desde siempre el hombre y la mujer han
sufrido las secuelas que el amor no correspondido ha transformado en tragedia,
convirtiendo en víctimas pacientes y resignadas desde un rey hasta un
vagabundo, sufriendo en carne propia todas las desdichas imaginables que
cruelmente se encarnizan en el mal de amores, haciendo aparecer los fantasmas
desnudos que se materializan desde un palpitante y aciago recuerdo, con la
conciencia abandonada hacia lo que jamás regresará.
¿Quién puede sentirse a salvo de
no experimentar alguna vez un corazón fragmentado, a merced de una voluntad
traumática que se doblega a una ausencia? Los recuerdos y la melancolía ejercen
un extraño poder, el enigmático e hipnótico logro que sólo un experto criminal
puede ejecutar con mirada fría y calculadora, el de amputar cada minuto de cada
hora, convirtiendo el más leve desengaño en la más cruel de las realidades, dejando
el espíritu esclavo y ridículo, sometido a la sinrazón de la soledad más
inquietante.
Más mientras exista un poeta, la
huella de Ovidio continuará su gemido sincero y solemne, derramando un llanto
interminable sobre los campos ásperos y tristes que cada día se siembran con la
más arriesgada y casual de las semillas, la del amor.
Amparo.
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