Esta mañana abrí las ventanas, y observé un humo denso que
recorría las calles y se filtraba a través de las rendijas de los hogares. La
gente caminaba con pañuelos tapándoles la nariz y la boca para evitar respirar
aquel aire contaminado, y al no poder hablar, habían colgado de sus cuellos y
portaban en las manos, carteles gigantes donde estaba escrito lo que no podían
decir con palabras. Y así avanzaban, con la mirada fija y la cabeza alta,
totalmente en silencio. En el camino, tal vez alguno se detenga para tomar un
café, y el chico le hará a la chica un guiño con los ojos, será la forma de
decirle te quiero, y cuando por la tarde el humo se desvanezca, planearán la
nueva jornada de mañana. Mala suerte para los monstruos de dedos de metal, los
locos de la calle todavía caminan con ideas propias.
Amparo.
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