lunes, 19 de noviembre de 2012

UNA MIRADA FUGAZ


Antes de abrir la puerta ya puedo verlos. El príncipe merovingio le hace la corte a la reina Semíramis, y ésta le observa displicente sonriendo para sus adentros, recostada sobre un lecho cubierto de flores de lis. Hacia el este, el imponente peñón sobresale majestuoso como el lomo de una bestia, inclinando el hocico hacia el mar donde cientos de naves se aprestan a rodear la imponente roca. Velas de tonos iridiscentes relucen soberbias bajo los rayos del sol, iluminando el rostro del joven ejército dispuesto a manifestar su memoria en los siglos venideros.
Inclinado sobre la balaustrada, Leonardo rememora la escena. Los cañones cristianos humeaban desde sus precarios emplazamientos, mientras un torrente de hombres se apiñaba exhausto sobre las dañadas torres de la fortaleza. Entre el vaporoso paisaje surge una extraña comitiva, un grupo de monjes encapuchados cruza lentamente el Valle de Oro, abriéndose paso entre el pensamiento de los futuros hombres.
El silbido de una flecha rasga la ardiente bruma del campo sagrado, y esa corriente de aire derribó la verde vida que se elevaba hacia el cielo. Ursus avanzaba, mientras Nostradamus escribía…
Sonrío pensando que las esferas siguen bailando en el universo infinito, tal vez con la música de Queen, mágica, eterna.
Amparo.

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