Una mirada negra
y una sonrisa silenciosa,
rastro de tacones
sobre el pavimento,
y manos apretadas
bajo la piel de los días.
La alcoba polvorienta
resulta ahora sospechosa,
¿por qué no se dio cuenta?
si cada hora era de piedra
y cada palabra un lamento.
Cierra de un golpe la puerta,
estruja la camisa
y se quema al servir la sopa.
Gira en redondo
para preguntarle al infierno,
si todavía guarda
todos sus pecados ardiendo,
si su rostro de hembra
soportará otro invierno.
Son voces que huyen,
que se pierden al doblar la esquina,
que escapan de su cerebro
por un resquicio de la cocina.
¡Detente, descansa!
no confundas el pensamiento,
el hombre intentó, provocó,
descosió las puntadas
de cada uno de tus vestidos.
Ahora es tarde,
olvida, olvida…
Amparo.
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