Si alguna vez existió
una corriente,
una extraña
pretensión,
la vulnerable quimera
de imaginar un
destino sublime,
con oficio y licencia
para reunir a los
amantes,
y redimir las edades
alteradas,
cuando las conjeturas
son fáciles,
y los dedos y las
bocas duermen
sobre una dictadura
de sábanas frías.
Si acaso compartimos
similares momentos,
de perezosas
inconstancias,
como capricho furioso
que castigaba
el amor que menos
amaba,
y por costumbre o
desatino
practicábamos
cualquier desvarío,
sembrando las
consecuencias
de creernos dioses
ambiguos.
Desde esos días
inventados,
en los que el amor no
era intención,
y la palabra ensayaba
la cruel evasiva,
un susurro barrió la dolida
pasión,
reunió las partículas
en su justo empeño,
aunando el dominio,
conformando la razón,
acomodando la
naturaleza
de lo que parecía
insoportable,
absolviendo
considerado
las antiguas
reclamaciones,
anunciando la única
sentencia.
El amor dejó de
existir solitario.
Y entonces nos
condenó.
Amparo
(Foto: Daria Endresen)
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