Los resultados de
las últimas elecciones no disipan el
escenario de la situación en la
Europa del sur, sin embargo no podemos dejar de hacernos
preguntas embarazosas que nadie desea responder por su incómoda respuesta:
¿Hasta cuándo se
podrá soportar el sufrimiento diario de las personas?, ¿Qué expectativas a
corto o mediano plazo ve la sociedad como posible escapatoria a su desconsuelo?,
¿Hasta qué punto las familias podrán seguir resistiendo la contención económica
de sus miles de excluidos, y sin cuyo socorro
los dejaría sin remedio en plena calle?, ¿En qué lapso de su historia comprenderán que sino se
entra de lleno a la ruptura con el origen de esa crisis, emprenderán una larga
prolongación de su pesadumbre?, ¿Se merecen los pueblos semejante tragedia, mientras ven a su
alrededor la mayor acumulación de bienes
y lujos desconocidos para más de dos tercios de la humanidad?, y si acaso lo
entendieran y decidieran plantar cara a sus peticiones, ¿La clase política
dominante, la cual desconoce sus reclamos o los oculta, hasta dónde estaría
dispuesta a retomar el concepto que da el principal motivo para vivir en
democracia: la dignidad de la persona?
La sociedad
capitalista que ve como objetivo principal, restringir el consumo como método
de concentración de la riqueza de unos pocos, es un acto de suicidio colectivo,
erosiona los conceptos de pertenencia nacional, y proyecta en la población un
sentimiento de frustración que puede disparar un sinnúmero de alternativas que van desde el 15M, pasando
por el independentismo a las viejas recetas conservadoras, y vaya a saber que
cosas más se pueden presentar.
En ese epicentro de
los pensamientos, en donde unos y otros temen las consecuencias de sus
diferencias, la única posible salida que puede disipar las desconfianzas y
dudas, es una sola:
Democracia real y práctica, ya mismo.
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