¿Por qué algunas sociedades y sus políticos toman decisiones
catastróficas que afectan directamente al bienestar de un país?
Es descorazonador percibir, para más tarde comprobar con
absoluta certeza, cómo los dirigentes de una nación actúan bajo el influjo de
sus propios intereses comportándose de forma perjudicial para el resto de
ciudadanos. Y más desalentador resultar ver como esta conducta es muchas veces
“racionalmente aceptada”, ya que “ellos” se sirven de razonamientos que parecen
correctos, aun cuando sean moralmente reprensibles. Los políticos se sienten a
salvo ya que, por regla general, saben que su conducta quedará impune, y los
ciudadanos experimentan que la motivación de enfrentamiento se desmorona ante
la falta de una coordinación eficaz que impulse sus actos de protesta.
A veces presiento que los gobernantes se ven así mismos como
“señores antiguos de la guerra”, ostentosos de poder y toma de decisiones que
perjudican directamente al resto de la sociedad. Basta con escucharlos o
simplemente observar sus gestos, para comprobar la facilidad con la que pueden
aislarse de las consecuencias de sus actos en beneficio de ellos mismos e inquietando
a todos los demás, mientras el resto somos explotados por esos “bandidos
sedentarios” que poco a poco nos van despojando de los recursos mínimos que la
dignidad de un ser humano necesita.
Enmascarada en esta “conducta racional” la sociedad se ve
inmersa en una situación que no consigue afrontar sus problemas, pues la maraña
está tejida de forma en que precisamente estos problemas aparentan favorecer a
algunos.
En ocasiones parece que los ciudadanos padecemos una especie
de estancamiento mental que nos paraliza y ya constituye un rasgo habitual de
nuestro comportamiento, mientras los políticos y gobernantes mantienen intactas
sus ideas y maneras de actuación.
Tal vez la clave del éxito o fracaso nuestro consista en
comprender qué comportamientos deberíamos desechar, y unirse en esfuerzos que
pongan en marcha soluciones válidas, plenas de sentido y por las que valga la
pena luchar, si no es así, las más oscuras previsiones se convertirán en
predicciones autorrealizadas.
Más un íntimo presentimiento me hace desalentar de que se
pueda lograr un cambio en unos hechos que a mi parecer están escritos y
decididos desde hace mucho tiempo. Así pues me dirijo a usted, a ustedes
señores gobernantes para expresarles que, dado que su calendario parece ser
matemáticamente perfecto, y ya nos encontramos en la cuenta atrás para que se
cumplan las peores profecías, para mí su mundo, el que usted necesita con el
respaldo de mi voto para continuar con sus privilegios, ese mundo, HA TERMINADO.
Amparo.
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