El lenguaje y lo que ello representa para la experiencia humana es un tema apasionante, ya que sustenta las bases de lo que somos como seres humanos.
Las palabras establecen conceptos, mensajes, que a lo largo del tiempo han permanecido inalterables en la percepción colectiva de la humanidad, pero aún así su uso ha producido en ocasiones un deterioro semántico en algunos vocablos, ocasionando que se produzcan extrañas paradojas que confunden la comunicación y debilitan su significado original.
Y una vez más, buceando en este universo tan peculiar que nos permite elevarnos sobre la propia existencia, y que es el lenguaje, descubro una palabra que refleja perfectamente este fenómeno filológico encargado de desviar el sentido inicial de una expresión, que de esta forma queda ya arraigada e imposible de erradicar.
Cuando Homero nos habla en su obra La Ilíada por primera vez del Libro de las Lesbianas, donde las describe como mujeres de exagerada sexualidad y gran fortaleza física, estaba estableciendo la base de un concepto que relacionaba directamente un nombre, Lesbos, con la noción de homosexualidad femenina. Y este término, lesbiana o lesbianismo, persistió en el transcurrir de la historia, haciéndose fuerte y generalizándose en el lenguaje común. Seguramente que ninguna lesbiana se sentirá ofendida por ser llamada así, o considerará la expresión como algo denigrante, sin embargo sí lo es si nos atenemos al significado que se le atribuye. Y aquí es donde el lenguaje nos tiende de nuevo una de esas trampas que tanto me fascinan, ya que el enunciado verdadero de la palabra lesbiana está muy lejos de lo que simboliza en nuestro pensamiento.
La voz lesbiana, en su noción original no está relacionada con la homosexualidad femenina, sino más bien todo lo contrario, ya que literalmente quiere decir “la que practica la felación”, o lo que es lo mismo, sexo oral sobre el miembro masculino.
Retomando de nuevo a Homero y su obra, en ella nos explica que la isla de Lesbos estaba habitada por lesbianas, que eran las “mujeres que mejor practicaban la felación”, circunstancia que para un hombre supondría lo más parecido al paraíso, pero que cualquier lesbiana actual calificaría totalmente incompatible con su opción sexual, puesto que las lesbianas antiguas realmente eran mujeres heterosexuales con gran destreza oral (y no precisamente por su capacidad de oratoria).
De esta forma tan simple es como el uso del lenguaje estropea y daña el concepto original de una palabra, en una contradicción irónica que ya queda establecida así en la sociedad, distorsionando el comienzo y final del mecanismo que actúa en el razonamiento del ser humano.
Entonces, ¿podemos confiar en un lenguaje que parece desestabilizar lo que sería un avance social? ¿O deliberadamente siempre van a aparecer sectores empeñados en deformar las palabras que sean sinónimo de cambio y garantía de algún derecho para la humanidad?
Estos contrasentidos lingüísticos me hacen reflexionar, y personalmente pienso que antes de creer en nuestro vocabulario, lo fundamental son las acciones y actitudes de un individuo.
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