miércoles, 25 de abril de 2012

EL NEGRITO








EL NEGRITO

El murmullo de las voces apaga el monótono y perenne canto del agua cayendo sobre la taza de la fuente, orgullosa de sentirse la primera de verter agua en la ciudad, mientras la regordeta figura permanece escondida tras los limoneros, alzada sobre su pedestal de piedra, observando con sus ojos oscuros cuanto acontece en la cuadrada placita.
Las notas de un violín rasgan los sonidos de la noche sumergiendo a las almas en un abismo de ilusiones humanas, y unos ojos se cruzan con los ojos que le acompañan. Sonrisas provocadoras, arrastradas por ambas melodías, la del agua y la música, llenan los sentidos de mil sensaciones distintas, respirando el aire húmedo y caliente de la madrugada, e intuyendo en ese mismo instante cuánto de felicidad puede contener un solo segundo.
En la plaza huele a azahar y a café, una simbiosis perfecta para el espíritu enamorado; se observan emociones y se escuchan risas; se mira y se deja mirar mientras una mano aprieta con orgullo la mano que la sujeta; se tocan los corazones, apenas rozándolos con la punta de los dedos, para preservar todo el encanto del momento; y se saborea con placer cada minuto de encuentro transcurrido.
Remembranzas del pasado amparan cada instante de una grata velada, en una noche bohemia y soñadora, casi silenciosa, evocadora de tertulias y romances, y donde cerrando los ojos al crepúsculo, el viento transporta un soplo de reminiscencias moras, cuajadas de aromas y armonías.
Y así, en esa conjunción perfecta de sentidos, es cuando una mano roza con delicadeza una cintura, cuando un dedo se posa suavemente sobre unos labios, y se escucha apenas, en un susurro, dos palabras pronunciadas junto al oído.

                                                                                     Amparo 

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