domingo, 8 de enero de 2012

APARENTE REALIDAD




La mujer entorna los ojos y sonríe. Sabe que casi todo cuánto va a suceder es irreal, pero aún así disfruta en su imaginación pensando en el minuto siguiente.
Nuestra imperfección nos impulsa a creer en las mentiras, o tal vez seamos tan perfectos que nuestro ardid consiste en saber desligarnos de la realidad para hacer más soportable la existencia.
Y nosotras, el género femenino en general, somos muy influenciables ante los hechos y sobre todo las palabras.
Aquella noche, ella observaba sin disimulo al caballero que desde la esquina opuesta de la sala la miraba directamente y sin pudor ninguno la recorría con los ojos. Él avanzó hasta situarse a escasos centímetros de la oreja de ella, y entonces susurró unas palabras, lentas, cálidas, suaves…
Se dice que la mente es muy manipulable. Sí, tal vez lo sea en determinadas circunstancias, pero creo que la mayoría de ocasiones, somos perfectamente conscientes de esa manipulación. ¿Quién puede asegurar dónde está la realidad personal de cada individuo?... Salimos a la calle y nos reconforta el sol, el viento en el rostro, el vuelo de un pájaro, pero ¿es ésa la auténtica felicidad? Al igual que cada ser encuentra el gozo o la calma en su pequeño universo personal, la mente sabe y puede identificar la verdad de la mentira, pero otra cosa es que realmente se desee llevar a cabo ese proceso.
Si unas palabras nos hacen sentir bien, nos aferramos a ellas, aún a pesar de que carezcan de toda lógica o razón. Nos sometemos al encantamiento de nuestro propio autoengaño, no hay sospechas, no hay misterio, la inconsciencia es consciente cuando así lo decidimos.
La mujer sabía que en unos minutos saldría de la sala colgada del brazo de aquel hombre que ahora musitaba palabras en su oído. Ella se dejaba arrastrar por aquel verso oportuno y estudiado, conocedora de que se trataba de una técnica, una cuidadosa estrategia, bien estudiada y preparada. Pero no le importaba. Ella se conocía bien así misma, y si esa noche había decidido engañarse, era algo que solamente ella sabría, ni siquiera le importaba que el hombre la considerase una conquista rendida ante el artificio de la palabra fácil y sugerente. En aquel momento ésa era su realidad.
Amaneció, y el silencio se impuso entre las sábanas arrugadas de aquella cama de hotel. La mujer suspiró y cerró los ojos. Al salir a la calle, de nuevo sentiría el calor del sol y el viento en el rostro. Por eso, cuando al día siguiente él la telefoneó, ella no se preocupó siquiera en responder a la llamada, y las palabras de él quedarían rotas en algún lugar de la memoria.
Amparo.

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