Habitáculos reducidos y opresores,
minúsculos recintos estrechos y oscuros,
paredes apretadas,
esclavizantes del pensamiento,
paralizadoras de músculos agarrotados,
alimentadas de sombras
y manchadas del vaho extraño.
Baile denso e irrespirable de voces,
flotando claras y lúcidas
en mitad del enredado ambiente,
marcando con su huella de garra
la piel más profunda,
la de las entrañas.
Palabras vagabundas un instante,
mutantes de malignas manifestaciones,
abarcando con sus dedos de azufre
gargantas y bocas,
cerrando los párpados
y cosiéndolos con los hilos más negros
que la ignorancia puede tejer.
Laberinto de mortal entendimiento,
enmarañado engranaje de la despótica opacidad,
construido sobre mil pedazos,
intimidante y amenazador
que ningún grito podría rasgar.
Tan solo el alma espera,
perdida en una ciega cordura,
que cese la confusión de espasmos,
y en un regazo cualquiera,
tras la mutilación de la noche,
poder descansar.
Amparo.
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