“Sabía que era un artificio… pero derribó mis barreras”.
Al Diccionario de la Real Academia
Española le faltarían palabras para explicar un arte que casi podría
considerarse una filosofía existencial para gran número de seres humanos a lo
largo de la Historia :
la seducción.
Embargar o cautivar el ánimo,
engañar con arte y maña, atraer físicamente a alguien para obtener una relación
sexual, son algunos de los enunciados que ofrece la RAE , y sin embargo el concepto
de seducción puede ser mucho más extenso y arrollador, una práctica que
requiere gran habilidad y técnica, pudiendo llegar a transformarse en una
operación perversa y maliciosa.
Nuestra mente es permeable a gran
cantidad de estímulos, pero sin duda que el mayor de ellos es la palabra, con
sus ilimitados y sugerentes matices, y un seductor avezado no vacilará en
emplearse al máximo en sus ardides lingüísticos, como un hábil vendedor de
imágenes auditivas, al que las conciencias más manejables se entregan escapando
tal vez de la verdad cotidiana y aburrida, como un ardid de la mente para desligar
la realidad de lo que es sólo aparente circunstancia.
Esta habilidad gramatical puede
ser llevada a cabo por cualquier individuo, así sea un político, un profesor,
un artista, cualquier dama o caballero común en busca de conquista. En
ocasiones será una especie de autoengaño voluntario por parte del receptor, sin
sospechas ni misterio, pues la inconsciencia es consciente cuando así se
decide, pero cuando estos intentos de atracción o persuasión se convierten en
el mayor placer de una personalidad aprovechada y ególatra, es cuando se sacude
todo el concepto y descubrimos seres fríos e implacables que se regodean en el
dolor ajeno con astutas variantes que llenan de confusión y desconcierto.
Sensualidad, aventura,
narcisismo, autoestima, poder, son algunos de los colores que dibujan el lienzo
de la seducción con palabras elegantes y refinadas que simulan naturalidad. ¿Es
un juego, un arte, o un drama para el corazón y la mente?
Amparo.
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