lunes, 8 de octubre de 2012

MIÉNTEME AL OÍDO




“Sabía que era un artificio… pero derribó mis barreras”.

Al Diccionario de la Real Academia Española le faltarían palabras para explicar un arte que casi podría considerarse una filosofía existencial para gran número de seres humanos a lo largo de la Historia: la seducción.
Embargar o cautivar el ánimo, engañar con arte y maña, atraer físicamente a alguien para obtener una relación sexual, son algunos de los enunciados que ofrece la RAE, y sin embargo el concepto de seducción puede ser mucho más extenso y arrollador, una práctica que requiere gran habilidad y técnica, pudiendo llegar a transformarse en una operación perversa y maliciosa.
Nuestra mente es permeable a gran cantidad de estímulos, pero sin duda que el mayor de ellos es la palabra, con sus ilimitados y sugerentes matices, y un seductor avezado no vacilará en emplearse al máximo en sus ardides lingüísticos, como un hábil vendedor de imágenes auditivas, al que las conciencias más manejables se entregan escapando tal vez de la verdad cotidiana y aburrida, como un ardid de la mente para desligar la realidad de lo que es sólo aparente circunstancia.
Esta habilidad gramatical puede ser llevada a cabo por cualquier individuo, así sea un político, un profesor, un artista, cualquier dama o caballero común en busca de conquista. En ocasiones será una especie de autoengaño voluntario por parte del receptor, sin sospechas ni misterio, pues la inconsciencia es consciente cuando así se decide, pero cuando estos intentos de atracción o persuasión se convierten en el mayor placer de una personalidad aprovechada y ególatra, es cuando se sacude todo el concepto y descubrimos seres fríos e implacables que se regodean en el dolor ajeno con astutas variantes que llenan de confusión y desconcierto.
Sensualidad, aventura, narcisismo, autoestima, poder, son algunos de los colores que dibujan el lienzo de la seducción con palabras elegantes y refinadas que simulan naturalidad. ¿Es un juego, un arte, o un drama para el corazón y la mente?

Amparo.

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