“Por supuesto que hay una
guerra de clases, pero es mi clase, la clase rica, la que está realizando la
guerra; y estamos ganando”.
Inversionista
Warren Buffet, entrevistado por The
New York Times
Imaginen como ejercicio
intelectual que pudieran viajar en el tiempo y regresaran al pasado para
explicar un hecho inmediato que va a suceder.
¿Qué piensan que les pasaría?
Supongan intentar llegar hasta
Napoleón para avisarle del desastre de Waterloo, señalarle al capitán del
Titanic de un iceberg en su camino, o simplemente informarle al panadero de la
esquina que sufrirá un accidente fatal cuando vaya al cine.
¿Cómo creen que los mirarían?
Intentar advertir cualquier
acontecimiento a cumplirse los llevaría a la más arbitraria soledad, porque
nadie en su sano juicio desea escuchar su futuro más allá de un juego travieso de
lectura en la palma de la mano.
Sin embargo, recurriendo a tratados
de la historia, la antropología o la sociología, utilizando análisis
combinados, como por ejemplo la mera lectura de quienes efectivamente
participaron en momentos claves de la humanidad, o el seguimiento estricto
y meticuloso de innumerables aristas, leyendo todo ese equipaje que
deberemos desentrañar, nos ayudará a vislumbrar la diminuta ventana personal de
nuestra empeñosa búsqueda, porque la elemental inmediatez con esa
“verdad” implica un esfuerzo enorme si quieres conocerla.
La pregunta ahora es: Ciertamente
¿tiene el hombre común el apetito para encontrar una respuesta o su simple indagación?
La respuesta es: puede ser, pero
no siempre la pretende.
Por lo tanto sé que a esta
altura, un gran porcentaje de lectores ya habrá desistido.
Eso no debe preocuparme pues la
sabiduría no radica en el conocimiento de la razón sino en la experiencia
personal de mi interrogación y sobretodo la pasión que me impulsa, sin
intentar convencer a nadie.
Las emociones generadas en el
cerebro son el resultado de miles de años de perfeccionamiento y su lado más
importante no consiste en el reconocimiento de sí misma, lo realmente
trascendental, aquello que enciende nuestra lucidez en la memoria como
especie, lo que de verdad nos haría libres y a salvo de las perversidades, es
la capacidad de percibir la existencia del otro, nuestro semejante, y la
interacción con el hábitat que nos acoge, porque a esta altura de los siglos,
mucha , demasiada gente se ve sólo a sí misma sin reparar en nadie ni nada. Así
nos va.
Ahora bien, ¿Para qué sirve
conocer la verdad o el ensayo de hallarla?
No se trata de servir, aprovechar,
valer, ser de utilidad, el materialismo no entra en esta escala, porque en ese
ridículo mundo espiritual con que tantas personas se llenan la boca, han ido
accionando internamente mecanismos de pánico, el fetichismo del dinero los
aisló de la realidad, se comportaron con movimientos o impulsos construidos desde la
niñez y que marcaron una irresponsable conducta narcisista , para finalmente
hoy decidir qué vida llevarán, hasta
dónde llegarán en su egoísmo, cuándo, cómo y con quién compartirán esa vida tan
“sacrosanta” y por la que no se han preocupan en lo más mínimo excepto visitar
alguna iglesia, eso sí, de mucho prestigio social, nada de curitas de barrio,
ni de mendigos a la vista.
.El futuro nos reserva a todos la
vejez, donde la conciencia se observará y reconstruirá el puzzle de nuestras
acciones. Cada uno sabrá.
De todas maneras la infinita
soledad arrasa con cualquier pretensión, y si nos entregamos a dios es por
terror, por toda la maldad que fuimos capaces de hacer o permitir.
En esa cadena evolutiva el
esclavo dio paso al siervo para dejarse habitar por el burgués.
Desde el principio renunciamos a
expresar nuestra necesidad de hablar para adoptar la solución fácil de obedecer
(del Lat. ob audire = el que escucha)
Y es que no hay más.
He allí la primera verdad que
descubrí de adolescente.
Pero, ¿Quién llevó realmente a
Jesús a la cruz?
Existían en Jerusalén dos grupos:
los Fariseos y los Saduceos.
Los que tenían el poder de hacer
cumplir las leyes, la interpretación de la religiosidad por un lado, y el control general de su sociedad eran los
segundos.
El pueblo debía pagar el sabido
tributo y en ese momento histórico circulaban varias monedas.
Fue entonces que los Saduceos se
transformaron en cambistas, los que manejaban el curso del dinero y lo
convertían a su propia divisa pues: “Dios no recibe dinero extranjero”, fueron
los primeros agentes publicitarios, reconozcamos que era unos extraordinarios pillos: “Dios no recibe
dinero extranjero”
Cuando la figura de Cristo
comenzó a tener el peso relevante de poder llamar la atención del Imperio
Romano por las revueltas, los dos grupos antagónicos por única vez zanjaron sus
diferencias y se unieron para un objetivo: el juicio del Cristo y su posterior
muerte.
Poco hay de religión y mucho de
política en estos acontecimientos que marcaron el rumbo de occidente, y para
muestra basta un botón.
Los Saduceos eran los
prestamistas, los banqueros, los financistas.
Los Fariseos en general eran
hombres de negocios de clase media, estaban en contacto con el hombre común y
la gente creía más en ellos por su acercamiento cotidiano, los consideraban sus
“representantes”.
El mundo ha caído en manos de los
Saduceos, Europa toda se ha evangelizado de mercados financieros, bolsas de
cambio, productos de capital, etc. Vamos hacia un límite insospechado que
no tendrá retorno a mediano plazo.
España, Italia, Grecia, Portugal,
los países del sur, los que no “tienen los ojitos azules”, verán cómo serán
despojados de las conquistas sociales de sus abuelos, verán cómo sus
patrimonios serán arrasados por el tsunami de las nuevas reglas, sentirán cómo
los latinoamericanos supimos siempre que no éramos dueños de nuestra nación,
apreciarán lo mismo que los vecinos países del este, observarán atónitos
la llegada de un novedoso totalitarismo que eclipsará sus mentes, instalando un
desconocido significado de la pobreza que sus ancestros sí conocieron
perfectamente.
La historia dirá.
¿Quién me creería en su aséptica
cordura?
Sinceramente espero equivocarme
por mucho.
Oscar
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