miércoles, 3 de octubre de 2012

LA REBELIÓN DE LOS PRESTAMISTAS


“Por supuesto que hay una guerra de clases, pero es mi clase, la clase rica, la que está realizando la guerra; y estamos ganando”.
Inversionista Warren Buffet, entrevistado por The New York Times




Imaginen como ejercicio intelectual que pudieran viajar en el tiempo y regresaran al pasado para explicar un hecho inmediato que va a suceder.
¿Qué piensan que les pasaría?
Supongan intentar llegar hasta Napoleón para avisarle del desastre de Waterloo, señalarle al capitán del Titanic de un iceberg en su camino, o simplemente informarle al panadero de la esquina que sufrirá un accidente fatal cuando vaya al cine.
¿Cómo creen que los mirarían?
Intentar advertir cualquier acontecimiento a cumplirse los llevaría a la más arbitraria soledad, porque nadie en su sano juicio desea escuchar su futuro más allá de un juego travieso de lectura en la palma de la mano.

Sin embargo, recurriendo a tratados de la historia, la antropología o la sociología, utilizando análisis combinados, como por ejemplo la mera lectura de quienes efectivamente participaron en momentos claves de la humanidad, o el seguimiento estricto  y meticuloso de innumerables aristas, leyendo todo ese equipaje que deberemos desentrañar, nos ayudará a vislumbrar la diminuta ventana personal de nuestra empeñosa búsqueda, porque  la elemental inmediatez con esa “verdad” implica un esfuerzo enorme si quieres conocerla.
La pregunta ahora es: Ciertamente ¿tiene el hombre común el apetito para encontrar una respuesta o su simple indagación?
La respuesta es: puede ser, pero no siempre la pretende.
Por lo tanto sé que a esta altura, un gran porcentaje de lectores ya habrá desistido.
Eso no debe preocuparme pues la sabiduría no radica en el conocimiento de la razón  sino en la experiencia personal de mi interrogación y sobretodo  la pasión que me impulsa, sin intentar convencer a nadie.
Las emociones generadas en el cerebro son el resultado de miles de años de perfeccionamiento y su lado más importante no consiste en el reconocimiento de sí misma, lo realmente trascendental, aquello que enciende nuestra lucidez  en la memoria como especie, lo que de verdad nos haría libres y a salvo de las perversidades, es la capacidad de percibir la existencia del otro, nuestro semejante, y la interacción con el hábitat que nos acoge, porque a esta altura de los siglos, mucha , demasiada gente se ve sólo a sí misma sin reparar en nadie ni nada. Así nos va.
Ahora bien, ¿Para qué sirve conocer la verdad o el ensayo de hallarla?
No se trata de servir, aprovechar, valer, ser de utilidad, el materialismo no entra en esta escala, porque en ese ridículo mundo espiritual con que tantas personas se llenan la boca, han ido accionando internamente mecanismos de pánico, el fetichismo del dinero los aisló de la realidad, se comportaron con  movimientos o impulsos construidos desde la niñez y que marcaron una irresponsable conducta narcisista , para finalmente hoy decidir qué vida llevarán,  hasta dónde llegarán en su egoísmo, cuándo, cómo y con quién compartirán esa vida tan “sacrosanta” y por la que no se han preocupan en lo más mínimo excepto visitar alguna iglesia, eso sí, de mucho prestigio social, nada de curitas de barrio, ni de mendigos a la vista.
.El futuro nos reserva a todos la vejez, donde la conciencia se observará y reconstruirá el puzzle de nuestras acciones. Cada uno sabrá.
De todas maneras la infinita soledad arrasa con cualquier pretensión, y si nos entregamos a dios es por terror, por toda la maldad que fuimos capaces de hacer o permitir.
En esa cadena evolutiva el esclavo dio paso al siervo para dejarse habitar por el burgués.
Desde el principio renunciamos a expresar nuestra necesidad de hablar para adoptar la solución fácil de obedecer (del Lat. ob audire = el que escucha)
Y es que  no hay más.
He allí la primera verdad que descubrí de adolescente.

Pero, ¿Quién llevó realmente a Jesús a la cruz?
Existían en Jerusalén dos grupos: los Fariseos y los Saduceos.
Los que tenían el poder de hacer cumplir las leyes, la interpretación de la religiosidad por un lado,  y el control general de su sociedad eran los segundos.
El pueblo debía pagar el sabido tributo y en ese momento histórico circulaban varias monedas.
Fue entonces que los Saduceos se transformaron en  cambistas, los que manejaban el curso del dinero y lo convertían a su propia divisa pues: “Dios no recibe dinero extranjero”, fueron los primeros agentes publicitarios, reconozcamos que era unos  extraordinarios pillos: “Dios no recibe dinero extranjero”
Cuando la figura de Cristo comenzó a tener el peso relevante de poder llamar la atención del Imperio Romano por las revueltas, los dos grupos antagónicos por única vez zanjaron sus diferencias y se unieron para un objetivo: el juicio del Cristo y su posterior muerte.
Poco hay de religión y mucho de política en estos acontecimientos que marcaron el rumbo de occidente, y para muestra basta un botón.

Los Saduceos eran los prestamistas, los banqueros, los financistas.
Los Fariseos en general eran hombres de negocios de clase media, estaban en contacto con el hombre común y la gente creía más en ellos por su acercamiento cotidiano, los consideraban sus “representantes”.

El mundo ha caído en manos de los Saduceos, Europa toda se ha evangelizado de mercados financieros, bolsas de cambio, productos de capital, etc. Vamos hacia  un límite insospechado que no tendrá retorno a mediano plazo.
España, Italia, Grecia, Portugal, los países del sur, los que no “tienen los ojitos azules”, verán cómo serán despojados de las conquistas sociales de sus abuelos, verán cómo sus patrimonios serán arrasados por el tsunami de las nuevas reglas, sentirán cómo los latinoamericanos supimos siempre que no éramos dueños de nuestra nación, apreciarán lo mismo que los vecinos países del este, observarán  atónitos la llegada de un novedoso totalitarismo que eclipsará sus mentes, instalando un desconocido significado de la pobreza que sus ancestros sí conocieron perfectamente.

La historia dirá.

¿Quién me creería en su aséptica cordura?
Sinceramente espero equivocarme por mucho.

Oscar


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