Cerramos los ojos y con la mente podemos ver a nuestro
antojo más allá de la escueta realidad. En el escaparate de la imaginación
desfilan libremente y sin temor a críticas o especulaciones, las cientos, miles
de posibilidades que nuestra facultad de ilusión es capaz de formar.
Podemos viajar abstraídos a través del tiempo, remontar o
descender la curva de nuestra existencia, manipulando caprichosamente los
portales que nos permiten atravesar cualquier circunstancia, sobrevolarla,
alejarnos de ella y crear con meticulosidad y tolerancia para con nosotros
mismos, las más extravagantes, delicadas, perturbadoras y quiméricas escenas
que el filón de la fantasía puede establecer.
Puede ser una mágica mirada a nuestro pasado o futuro, una
ojeada evasiva del presente que filtra gota a gota lo que luego combinamos,
revolvemos en nuestro cajón privado de sentimientos y plasmamos en eso que
llamamos inspiración.
Un desplazamiento que nos aclara, motiva, nos alegra o
entristece también, un placer que nos permitimos porque sabemos que no hay
riesgos que correr, sólo la agradable sensación de elevarnos sobre lo cotidiano
con los ojos benevolentes y sin recato que renuevan nuestra capacidad de
sorpresa ante el mundo.
Amparo.
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