jueves, 19 de julio de 2012

                                   El Fin de las Excusas 




Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo”
                                                        Julio Cortázar

Michel Foucault, en su descripción del poder, nos habla de numerosas secuencias alternativas que  van posicionando y expandiendo  su funcionamiento para articularse y volverse a crear, y de su “normalidad” provienen tres elementos:
El orden, el límite y el afuera.
Es en la mente de las personas que discurre el valor de la verdad o la representación de la realidad en donde todos tomaremos una posición determinada y que juzgaremos voluntaria.
Ubicados dentro de un sistema defenderemos sus virtudes o nos mantendremos al margen.
Pero los sistemas contienen significados a la vista pero disfrazados, maquillados, ocultan ánimos velados o falsas trascendencias que pasan desapercibidas para muchas personas.
Es como una edad de la inocencia pero avanzada, irreal, complaciente, porque siempre es más cómodo que piensen por nosotros, que decidan, y la trampa consiste en obligarnos a obedecer una eterna necesidad de ser protegidos que es también una manera de ser elegidos.
La paradoja del sentirse preferido o favorecido  es común a ambos lados: los que están dentro y los de afuera.
Los incluidos tienen la ilusoria percepción de que el mundo gira en torno a un supuesto destino que les ha sido otorgado, como si el tiempo se hubiese detenido y cualquier cambio en contra de ésa providencia es sólo pasajera pero que irremediablemente retornará a su condición privilegiada.
Los excluidos reaccionan contra esa arbitrariedad posicionándose en la frontera del sistema, rechazando cualquier visión ilustrativa del sistema, y creando una cultura marginal instalada en el corazón de su verdad interior.
Entonces ambos se someten a una soberanía opuesta de las voluntades, a una contradicción que tiene cuerpo en una tradición individual y antagónica de un mismo hecho, pero que se sostiene en la repetición constante de su enfrentamiento.
Así, todo cambia para que nada cambie, lo real es analizado por el relato interno, innumerables duplicaciones del pasado una y otra vez sin ningún rumbo.
El ser humano atascado en la irrealidad de concebirse favorecido por un “algo”, llámese ideológico, divino o por una sopa atemporal de la creación, las excusas pueden ser múltiples.
Lo que salta a todas luces es que las identidades infantiles han comenzado a experimentar un vendaval de libertades o la falta de ella, una modificación de los derechos o su deterioro.
La lucha inicia su rutina, las conductas sus diferencias, pero:
¿Qué escritura va a delinear la historia que viene, si las letras o signos no están identificadas? 
Los encerrados no quieren dejar de vivir de los demás y no les importa nada sus semejantes.
Los desclasados que no  aclaren el “por qué” ni el “cómo” no verán la unión que pretenden.
Y pienso en los  millones de muertos de la historia universal de la ignominia que nos miran preguntándose:
¿Aún no han podido crear leyes sustanciales de convivencia, y continúan con el simulacro de perseguir una realidad abismal y repetitiva sin sentido?

La respuesta está escondida en la ontología del lenguaje que empleamos para mantener  la desvergüenza de los que mandan, la irresponsabilidad de los que votan y la desprotección de los que reflexionan en como desarrollar al hombre, sin dominar a nadie.




¿Se puede ser más mediocre?


Oscar

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