A veces una palabra
se convierte en una pequeña caja de sorpresas.
Ya sea por el azar o
por un íntimo propósito que la curiosidad nos incita a perseguir, descubrimos
en su etimología una realidad escondida de la que ignorábamos su verdad
original, la que permanece oculta en lo más antiguo de su estructura, y nos
desvela su auténtica esencia, un atributo que de forma casi mágica enlaza el
pasado con el presente.
No se trataría de ir
buscando significados ocultos o voces perdidas desde el origen de los tiempos,
sino simplemente indagar un poquito en la raíz o procedencia de un vocablo para
asombrarnos con las evidencias que el transcurrir del tiempo ha ido solapando
cuidadosamente. Sin duda un desafío que merece la pena intentar.
Me resulta fascinador comprobar cómo
el hecho de investigar en el principio de una palabra puede convertirse en un
camino apasionante, sin embargo la indiferencia cotidiana que empleamos al
hablar o escribir relega a la rutina nuestro lenguaje, haciendo que nos pasen
desapercibidos sutiles secretos, pero a los fines también profundos e
ingeniosos. Podemos encontrar términos seductores, dispuestos a desarmar
nuestro pensamiento más racional, términos que nos declaran abiertamente cómo
el conocimiento puede ser inducido, transformando la naturaleza del lenguaje en
mito o viceversa.
Por ejemplo, ¿qué nos viene a la mente cuando pensamos en la palabra “pornografía”? Sí, todos tenemos una idea de su significado, pero el sentido literal de la expresión es “la escritura de las prostitutas” (pornos, prostituta y graphein, escribir), y si llevados por la curiosidad ahondamos más allá, nos sorprenderemos al comprobar que en la antigua Grecia, estas prostitutas a las que se refiere el término pornografía, no son las que entendemos como tales, vendiéndose a sí mismas a cambio de dinero, sino que eran mujeres esclavas subastadas por sus amos.
Es decir, que muchos siglos antes de aparecer la pornografía, tal como hoy la interpretamos, ya existían las pornógrafas, mujeres cautivas que relataban en sus textos las prácticas sexuales llevadas a cabo con los hombres a las que eran vendidas, por lo que en sentido figurado se puede establecer que prostituta y esclava significan lo mismo, y su destino fue la marginación por la sociedad, y la transmutación lingüística que ya todos conocemos.
Cuando percibimos pequeñas trampas como ésta con las que el lenguaje nos ha tratado de confundir, tal vez tendremos en la mano el pretexto perfecto para sumergirnos y especular en uno de los misterios de la humanidad: el poder de las palabras.
Amparo.
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